LEER Y ESCRIBIR: PRÁCTICAS QUE SE TRANSFORMAN

Las prácticas de leer y escribir se presentan hoy atravesadas por los cambios culturales y, por ello, su abordaje en la escuela constituye un desafío pedagógico.
Como ya lo ha planteado Emilia Ferreiro en Pasado y presente de los verbos leer y escribir, estos han sido siempre definidos de manera cambiante, remitiendo a diversas construcciones sociales, en relación a los vínculos que las sociedades fueron estableciendo con la escritura.
La emergencia de las nuevas tecnologías han instalado sin duda una transformación en estas prácticas. Estructuralmente, asistimos a recorridos lectores que navegan por sistemas hipertextuales, que están basados en un enfoque donde el usuario tiene la posibilidad de crear, agregar, enlazar y compartir información de fuentes diversas, pudiendo así acceder a documentos de manera no secuencial. De esta manera, no hay un orden fijo ni lineal en la lectura, sino recorridos, muchas veces azarosos, que diversifican la información y requieren de manera imperiosa una postura crítica frente a ella. Asimismo, la posibilidad de reconfigurar los roles tradicionales de quien lee y quien escribe es puesta de manifiesto en estos nuevos espacios virtuales, creando la figura de un "escrilector", alguien que despliega su inteligencia colectiva y produce sus propios textos en forma casi simultánea a su recepción.
Junto a estos, muchos otros cambios se intensifican y reclaman una revisión sobre los modos de acercamiento a los textos en la escuela.
En este sentido, Anne Marie Chartier, Dra. en Ciencias de la Educación, reflexiona en la siguiente entrevista, en torno a las distintas "crisis" por las que atravesaron las prácticas de leer y escribir y sobre el impacto que tienen actualmente las nuevas tecnologías en ellas:



—Los diagnósticos alarmistas sobre la “crisis de la lectura” instalados desde hace décadas en los discursos sociales, sobre los que usted ha trabajado ampliamente, parecen no cesar. Por el contrario, tienen cada vez más presencia potenciada por su amplificación mediática. ¿Se trata de la misma idea de “crisis” o aparecen nuevos sentidos asociados? ¿Qué es lo que sostiene tal persistencia y cuáles son sus efectos en las prácticas escolares de lectura y escritura?

—Hablar de “crisis de la lectura” puede remitirnos a realidades diferentes según las situaciones sociales. Me parece siempre importante precisar de qué hablamos exactamente para evitar confundir detrás de un mismo slogan, cómodo pero impreciso, problemas que requieren tratamientos muy distintos.
Me gustaría darles tres ejemplos franceses para mostrar cómo la expresión “crisis de la lectura” ha podido designar situaciones muy diferentes.
Primera situación, la de los años sesenta y setenta. Cuando los educadores hablaban de “crisis de la lectura” en Francia con ese término designaban la competencia entre la escuela y las “escuelas paralelas” (para retomar el título del libro de Louis Porcher). En esa época la mirada sobre la televisión, el cine, los discos y todos los medios audiovisuales cambió. Se creía que iban a democratizar la cultura de los libros, la literatura, el teatro, la “gran música” y se ve que ellos difunden una “cultura de masas” comercial.
Tienen sobre la juventud una influencia que destruye las esperanzas que las generaciones anteriores habían puesto en la cultura de lo impreso. Desde Gutenberg, todos los saberes modernos parecen depender de la lectura mientras que los saberes transmitidos por la tradición oral, por la comunidad de vida y por la imitación de hábitos de trabajo son relegados del lado de la tradición, del arcaísmo. En cierta manera, la escuela que se sitúa del lado de la lectura y de la escritura se ha creído definitivamente “moderna”. Ahora bien, los nuevos medios audiovisuales no tienen nada de arcaico. Las estrellas de cine y del show-business se ofrecen como modelos a imitar, dan “lecciones de vida” mucho más importantes que los héroes de la literatura. La televisión ofrece las noticias del mundo actual mucho más eficazmente que los libros de historia y que los diarios. Como todo esto atraviesa el mundo de los adolescentes y de los jóvenes sin que ellos tengan que hacer el esfuerzo de leer, como ellos pueden llamar por teléfono en vez de escribir, la lectura y la escritura parecen desprestigiadas en los medios populares en el momento en el que los profesores se esfuerzan por hacerlos entrar en la “verdadera cultura”, la del libro. En una época en la que muchos hijos de obreros
no consiguen aprender a leer nos preguntamos si se justifica todavía el esfuerzo que exige de su parte el dominio de la lengua escrita. ¿No sería mejor enseñarles a mirar televisión más que a leer el diario y que los profesores de letras estudiaran películas más que literatura? Se trata entonces de una crisis “cultural” nacida de la competencia entre antiguos y nuevos medios, en un momento en el que se pensaba que la “democratización” estaba muy cerca.
La segunda “crisis de la lectura” de la que se habla en los años setenta y ochenta, diez años más tarde,
es bien diferente aunque en los medios se han mezclado frecuentemente las dos “crisis”. Con la crisis
del petróleo, a partir del año 1976, llega la crisis económica con la desocupación y la reestructuración
de las empresas. Lo que se descubre entonces es que muchas de las personas desocupadas son “iletradas”.
Entre ellas encontramos a los trabajadores inmigrantes analfabetos que vinieron a Francia en el momento de la expansión económica pero también encontramos antiguos alumnos franceses que no estudiaron, en una época en la cual esto no era necesario para encontrar trabajo. Ellos trabajaron en las líneas de montaje de las fábricas, en las grandes obras de construcción e incluso en todos esos empleos de servicios que no exigen la utilización de la lectura y la escritura. Ahora bien, con la crisis muchos de esos empleos son suprimidos, por ejemplo, en la industria automotriz. Y para ser empleados fuera de este ámbito hace falta una calificación más elevada porque las empresas seleccionan a aquellos que son aptos para trabajar rápidamente: hace falta aumentar la productividad. Por ejemplo, los obreros que trabajan en las nuevas cadenas informatizadas deben saber leer los protocolos de datos que organizan las tareas de una máquina-herramienta, de un robot, mientras que antes las órdenes eran dadas oralmente por los capataces o los patrones. Son estos cambios en el mundo del trabajo los que provocan un nuevo temor, muy diferente del primero, que es la relación entre calificación escolar, calificación económica y empleo. ¡El descubrimiento del iletrismo produce un shock!
Evidentemente, se acusa a la escuela de ser responsable de esta “crisis de la lectura”. Muchos imaginan que es un fenómeno reciente porque el nivel de los alumnos bajó a causa de la laxitud escolar, las reformas de mayo de 1968 (lo que es falso: las personas iletradas son mucho más numerosas entre la gente mayor). Pero hay que tener en cuenta que una parte de la población “no sabe
leer” las consignas para ejecutar órdenes. Por lo tanto estas personas están en peligro de quedar desocupadas mientras que todo el mundo pensaba que un alumno normal, aún en situación de fracaso escolar, había aprendido a leer lo suficientemente bien como para desenvolverse en la vida cotidiana.
Hoy la expresión “crisis de lectura” designa una tercera cosa: con las nuevas tecnologías (el trabajo con las computadoras, la comunicación por Internet) nos damos cuenta de que alumnos muy buenos que siguen estudios técnicos o superiores —que son los futuros ejecutivos de empresas y dirigentes políticos— no son para nada “lectores” en el sentido tradicional del término. Ellos saben leer y escribir muy bien ya que trabajan durante toda la jornada con pantallas y teclados pero se burlan de las faltas de ortografía, se expresan con una jerga profesional comprensible solamente para iniciados, leen poco los diarios, no compran novelas salvo policiales, leen historietas, revistas de deportes, pero no leen literatura. En este caso no se trata ya de la cultura de los jóvenes de sectores populares que prefieren la tele y las industrias de diversión a las obras de arte ni de jóvenes cuya alfabetización fracasó y que corren el riesgo de encontrarse desocupados. Se trata de un cambio de civilización ya que son las élites sociales que, en cierta forma, imponen los modelos culturales dominantes. Estas élites leen mucho, evidentemente, ya que los ingenieros, juristas, los técnicos, los comerciantes, los estadistas, los periodistas, los políticos no dejan de tratar con informaciones escritas, de hacer cálculos, de consultar bases de datos, de enviar correos, de redactar informes. Pero su lectura no está ya anclada en lo que parecía ser el pilar de la cultura escrita, el libro.

—En el análisis de los problemas que parecen comunes a la escuela secundaria en distintos contextos,
la falta de interés por el hábito de la lectura en los jóvenes resulta uno de los puntos más recurrentes. A través de este desencuentro, en parte explicado por la inclinación de las nuevas generaciones hacia las nuevas tecnologías, pareciera que se visibilizara uno de los obstáculos que impide que los alumnos establezcan relación con el conocimiento escolar. Sin embargo, sabemos que la relación entre la propuesta de la escuela secundaria y los jóvenes no ha sido, históricamente, un lecho de rosas. ¿Qué es lo que marca diferencia, entonces, en tal diagnóstico? ¿Por qué la lectura aparece como la piedra de toque para explicar el problema?

—Por el momento estamos frente a un fenómeno emergente y es difícil saber si los jóvenes adeptos a las nuevas tecnologías transmitirán una nueva relación con el saber a sus propios hijos. Junto con los conocimientos “útiles”, “rentables” para tener éxito en los estudios y en la vida, ¿cuáles serán para ellos los conocimientos “importantes”, “apasionantes”, que permitan comprender el mundo? La literatura tenía, de alguna manera, la ambición de responder a interrogantes fundamentales ya que los grandes autores y las obras de arte habían tomado el lugar de la religión a partir del momento del advenimiento de la escuela laica. Yo no estoy segura de que los estudiantes del liceo, aún cuando ellos eran una minoría de élite, hayan todos admirado sinceramente las poesías que sus profesores les hacían recitar. Pero no tenían ninguna duda sobre el hecho de que, por razones objetivas, Cervantes y Borges eran justamente considerados como “monumentos sagrados”. Ahora bien, a partir del momento en el cual las élites consideraron que la literatura no tenía verdaderamente importancia, ni para tener éxito en la escuela ni para tener éxito en la vida, evidentemente los profesores de literatura y los estudios literarios fueron heridos de muerte dado que toda la antigua legitimidad reposaba sobre la certeza inversa.
Pero toda moneda tiene dos caras. Aquello que descalifica los saberes literarios promueve los saberes
científicos. Éstos, que constituían un domino reservado a los especialistas, podrían convertirse en una verdadera “cultura común”. Por ejemplo, los saberes escolares tradicionales, las disciplinas como la geografía, las ciencias naturales o la física, ¿en qué serán transformados por las nuevas tecnologías? Google Earth permite aprender geografía de forma más eficaz que los mapas en dos dimensiones y yo tengo ganas de que los jóvenes estudiantes del liceo tengan derecho a esas herramientas de ensueño. Las simulaciones en 3D permiten también “visualizar” los procesos físicos o químicos, mostrar los intercambios que se producen en el cuerpo humano o en una corriente eléctrica. Como esas representaciones dinámicas ayudan enormemente a “imaginar” aquello que se oculta detrás de la abstracción de fórmulas matemáticas, estoy segura de que aportarán nuevas herramientas para las clases que facilitarán los aprendizajes. Estoy persuadida de que habría olvidado menos todo lo que he aprendido en física y química si hubiera podido “ver” la electrólisis de esta manera y quizás habría retenido mejor las fórmulas necesarias para la resolución de problemas…
Desde luego que cuando una tecnología se naturaliza sus avances son rápidamente olvidados. Pero la cuestión es saber si la lectura del texto está condenada a convertirse en un modo de información anexada a las industrias de la imagen y el sonido o si existe todavía un futuro significativo para los saberes construidos en la sola escritura, sin ninguna imagen. Cuanto más habituados estamos a leer textos escritos combinados con imágenes, más difícil parece prescindir de ellos. La cultura del siglo XX, ya sea la literatura, la filosofía, las ciencias sociales, pero también la cultura política, médica, jurídica, estaba constituida por el discurso escrito. Las generaciones venideras ¿tendrán la curiosidad
y la paciencia de leer todavía La Crítica a la Razón Pura de Kant o En búsqueda del Tiempo Perdido de Marcel Proust? Habrá forzosamente clubs de fans que los leerán y comentarán por amor al arte, así
como hay apasionados de la música medieval o de las tragedias griegas; pero, ¿podremos seguir colocando esos libros en el centro de las disciplinas impuestas por el curriculum escolar? Bien sabemos que el Renacimiento sacrificó trozos enteros de la escolástica medieval para hacer lugar a los textos recuperados de la Antigüedad y a los nuevos saberes científicos surgidos con el telescopio.
El duelo ha sido difícil para aquellos que veían ensombrecerse su mundo de referencia, pero esto se ha extendido a varias generaciones. Retrospectivamente, podemos insistir en la ruptura o ver cómo lo nuevo se combina con lo antiguo. Hoy los cambios de soportes no cuestionan para nada las ciencias: crean solamente nuevos modos de investigación y de transmisión que modifican nuestras formas de aprender y comprender. ¿Esto modificará nuestras formas de pensar, de razonar, de argumentar? Es posible que así sea en un tiempo, pero no por el momento.

—La lectura y la escritura han ocupado a lo largo de la historia de los sistemas educativos un lugar central para la formación de ciudadanía. Aún reconociendo el debate y la multiplicidad de referencias para definir actualmente tal concepto, ¿es posible pensar en cuáles son los saberes de la lectura y la escritura que hoy caracterizarían la formación de un ciudadano?

—En cuanto a la formación del ciudadano, en primer lugar hace falta recordar que ésta es eficaz en la escuela sólo si se continúa fuera de la escuela: no sirve de nada defender en la escuela una concepción igualitaria de la vida social o respetuosa de la libertad de expresión, o garantizar el respeto a las identidades culturales si en la vida política los alumnos ven lo contrario. Es ésta la base de las sociedades democráticas: la formación del ciudadano comienza en la escuela si el ejercicio de la ciudadanía es efectivo y no “formal”.
Por otro lado, a partir de la mundialización de los intercambios, una disciplina como la historia que ha constituido la base de las identidades nacionales está en plena transformación. En Europa comenzamos a ver en las escuelas los efectos de un enfoque internacional ahora muy presente en la investigación. Se torna posible, cuando estamos en un período de paz, enseñar “pacíficamente” la historia de Europa o de América Latina traspasando los marcos nacionales sin por ello borrarlos. Conociendo todos los prejuicios y la xenofobia que produjeron los nacionalismos del siglo XX, cristalizados durante las múltiples guerras y dictaduras, más bien me parece que hay motivos para alegrarse por este cambio. Lo que hace posible la recepción de estos saberes por los jóvenes es que los viajes se han naturalizado. Pero lo que torna muy frágil esta apertura “mental” más allá de las fronteras son los desafíos impuestos por las desigualdades. Desigualdades de derechos fundamentales, desigualdades económicas norte - sur, pero también desigualdades en el acceso a la salud, a la protección social, a la instrucción, al interior de cada país entre aquellos para quienes la inseguridad se incrementa y aquellos quienes, aunque empobrecidos, permanecen “protegidos” en el futuro próximo.
¿Los saberes de la escritura tienen un rol específico en estos aprendizajes? Podríamos hablar de todas las obras de ficción que nos ayudan a hablar de estas situaciones, pero las ficciones que tienen el mayor impacto son las películas y no los libros: la película Entre los Muros, que “hace ver” el enfrentamiento entre un profesor de letras y adolescentes de origen multiétnico, ha tenido un impacto mucho más grande que el libro en el cual se basó.
Pienso que entre las disciplinas que tienen mayor importancia para esta formación ciudadana está la historia pero también una disciplina que es “reciente” en el liceo: las ciencias económicas y sociales implican en parte una iniciación a las cuestiones jurídicas y sociales. En efecto, es allí que se habla de problemas de actualidad en relación con la legislación. Para los adolescentes, frecuentemente el descubrimiento de los escritos jurídicos es un shock porque todos ellos conocen la importancia de las desigualdades económicas, suelen pensar que las costumbres son regidas por la aceptación de las convenciones, las relaciones y las grandes reglas morales (del tipo de los “derechos humanos y del ciudadano”). Descubrir que hay textos cuya lectura e interpretación pone realmente en juego su vida cotidiana y aquellas de sus conciudadanos, textos que “tienen fuerza de ley”, cambia las ficciones donde nos movemos solamente en el plano de lo verosímil. Es el mismo aprendizaje que hacemos en historia: la historia es un relato, siempre parcial, es cierto, pero un “relato que dice la verdad”, verdad que es a veces difícil de admitir y soportar. En este momento en Francia hay toda una discusión en el mundo de la enseñanza para saber qué es posible y deseable enseñar a los jóvenes o a los niños en materia de historia. Si el objetivo de la escuela es forjar una conciencia ciudadana, debemos promover una enseñanza que no haga perder la confianza en la especie humana y en la vida en sociedad.

Revista Propuesta educativa, N° 32

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